Recientemente en una entrevista radiofónica un psiquiatra respondía a las preguntas de un periodista acerca de los espectaculares datos referidos a los casos de depresión en nuestro país. De las respuestas del psiquiatra en cuestión cualquier persona poco versada en estos asuntos podía llegar a la conclusión de que para cada problema psicológico hay un tipo de pastillas.
No es una cuestión nueva ésta de los terrenos de la psiquiatría y de la psicoterapia. Aunque parecía un problema del pasado quizá convenga aclarar algunos conceptos de forma sencilla y clara para no confundir a la mayoría de la gente que de esto suele tener una idea ya de por sí bastante confusa. En primer lugar hay que considerar que
los psiquiatras son médicos. Estudiaron medicina y su especialidad fue la psiquiatría. Por tanto,
tienen un punto de vista físico de los problemas.
Un psiquiatra analiza el trastorno, estudia los síntomas y aplica un tratamiento que suele ser químico (recetando pastillas fabricadas por un laboratorio farmaceútico de su confianza) aunque utilice también otros tratamientos.
El psicólogo no es un médico. Sus estudios universitarios se han centrado en otros aspectos aunque necesariamente haya debido estudiar la base física, con un cuidado especial por el sistema nervioso y los aspectos sensoriales. Al no ser médico no puede recetar medicamentos.
En una primera visión parece que el psiquiatra tiene un campo más específico y que los fármacos suponen un arma que el psicólogo no tiene, pero con un ejemplo podremos diferenciar bien sus tareas. Cuando una persona padece una depresión y acude al psiquiatra seguramente saldrá con una receta que aliviará sus síntomas y le permitirá desarrollar una vida cotidiana más normalizada.
El psicoterapeuta, sin embargo,
centrará su atención en los aspectos existenciales que rodean a esa persona: trabajo, pareja, amigos, costumbres, creencias, valores, etc.
buscando el orígen de su problema y los elementos sobre los que la persona habrá de actuar para lograr una recuperación satisfactoria y con pocas probabilidades de recaida. Todo esto no signuifica que cuando experimentemos trastornos psicológicos tengamos la opción de acudir a uno u otro profesional indistintamente según el gusto.
En general, los problemas que implican trastornos graves de la personalidad (la esquizofrenia, por ejemplo) han de ser tratados por el psiquiatra porque el psicólogo necesita para desarrollar su labor que el paciente tenga un cierto grado de control sobre sí mismo. Por el contrario, muchas depresiones, problemas de relación, pareja, timidez, etc. no serán solucionados con pastillas porque es necesario actuar no solo sobre la persona que los padece sino también sobre el entorno.
Estamos haciendo un esfuerzo de simplificación con la intención de poder ser comprendidos por cualquier persona, y eso siempre implica inexactitudes que esperamos sepan comprender los más entendidos. Pero para sintetizar diremos que hay problemas en los que el profesional adecuado es el psiquiatra; otros en los que es mejor recurrir al psicólogo y otros en los que se necesita la labor coordinada de ambos profesionales.
Lo que desde luego es desaconsejable desde todo punto de vista es la solución de quienes tratan de solucionar sus problemas a base de automedicación y «consejos de vecina». En algunos países hay verdaderos adictos a los antidepresivos, los ansiolíticos y demás pastillas del mercado. Un desastre del que debemos huir, si todavía tenemos dos dedos de frente.