Sentimientos difíciles y complejos
Uno de los asuntos que más quebraderos de cabeza traen a la mayoría de las personas son los de caracter emotivo. Estamos educados en una forma muy simplista de experimentar nuestras emociones y afectos. Desde pequeños nos acostumbramos a sentimientos positivos (cariño, amistad, amor, etc) y a sentimientos negativos (celos, odio, resentimiento, etc) Pero además nos acostumbramos a relacionar estos sentimientos con «objetos» concretos: A papá y mamá cariño; a la sopa odio; a mi compañero de clase, amistad... Es decir, a cada «objeto» de nuestro entorno le corresponde un determinado sentimiento.
Pero la realidad siempre nos acaba metiendo en líos porque las cosas no funcionan nunca de una forma tan simple. Como en tantos otros asuntos relacionados con nuestro psiquismo, las cosas funcionan en estructura y están en dinámica, evolucionan siguiendo un complejo proceso que no suele ser compatible con esquemas estáticos e ideas preconcebidas. Antonio Machín cantaba hace cincuenta años una canción que se hizo muy popular y cuyo estribillo preguntaba ¿Cómo se puede querer a dos mujeres a la vez y no estar loco? Desde el punto de vista de la psicología casi resultaría más conflictiva la situación de una persona que solo pudiera querer a una al mismo tiempo. Otra cosa es que sus sentimientos le lleven a la bigamia. Pero eso es asunto de otras disciplinas.
En el lenguaje popular se dice: «No ofende quien quiere sino quien puede». Como en tantas ocasiones, los dichos populares encierran la sabiduría que da la experiencia porque la fuerza de una ofensa radica en la «unión emotiva» entre el ofensor y el ofendido. Lo cual nos lleva a la conclusión de que las mayores ofensas, las mayores heridas provendrán, seguramente, de nuestros seres más queridos.
Estos ejemplos extraídos de la calle nos ponen en la pista de lo complejo que puede ser el mundo de nuestros sentimientos. De hecho, en la consulta de un psicoterapeuta es muy habitual encontrarse con casos de lo que podemos llamar «contradicción emotiva». La contradicción emotiva en una sensación de desconcierto producida por el hecho de experimentar sentimientos contrapuestos hacia un mismo objeto. Un caso muy habitual es el que se da con los padres: se les quiere pero al mismo tiempo se arrastran heridas (ofensas) que han sido producidas por ellos, precisamente porque no ofende quien quiere sino quien puede. También sucede mucho con las parejas, los hermanos, etc. Algunas veces, la sensación de confusión es profunda y acaba alterando la capacidad emotiva de los indivíduos. En algunos casos la consecuencia es una especie de «bloqueo emotivo»: si no quiero a nadie, nadie me podrá hacer tanto daño. En otros se emplea la represión de uno de los elementos: o se elimina el afecto «para siempre» evitando la exposición al daño (padres que no se hablan con sus hijos, p.ej.) o se «niega» la ofensa sumiéndola en las profundidades psicológicas para salvaguardar la relación. Lo que menos se ve en una consulta psicológica es a personas con la suficiente «elasticidad» para poder vivir sus emociones y sus sentimientos de forma estructurada y dinámica. No solo se puede querer a dos mujeres (o a dos hombres, o a un hombre y una mujer, o a una mujer y a un hermano...) sino que es de lo más normal (insisto en que aquí no entramos en lo que se hace a consecuencia del sentimiento).
Claro que se puede querer mucho a una persona y al mismo tiempo estar enfadadísima por una ofensa recibida. ¿Acaso vemos lógico que un hijo deje de querernos porque le hemos castigado? Nuestros sentimientos son complejos, interactúan, evolucionan, pueden ser controlados, alentados, reprimidos, confundidos, sublimados... Pretender que funcionan a piñon fijo es una ingenuidad. Y cuando la cosa se complica la ayuda profesional no debe ser entendida como un fracaso: A veces la mirada ajena aporta una perspectiva muy esclarecedora.
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