Fin de San Valetín
Decir te quiero —hablar de amor— alude implícitamente al compromiso. Si ya es difícil sincronizar los relojes del deseo entre las parejas, sincronizar los de la pasión amorosa parece aún más complicado. Las expectativas, necesidades y deseos de cada uno pueden ser diametralmente opuestos; y esta disparidad puede volverse obvia en San Valentín. Las relaciones incipientes parece que tienen que pasar una difícil revalida: ¿Se me declarará? ¿Debemos celebrarlo, o todavía no toca? ¿Si no le digo nada, pensará que no me interesa? En fin, un tortuoso dilema para muchas parejas.
Por otro lado, para las parejas ya establecidas no es nada fácil acertar: uno de los dos ha buscado con ilusión el regalo, mientras que el otro puede haberlo olvidado. No obstante, esto no tiene por qué corresponder con la intensidad de los sentimientos. Hay gente muy preocupada por la apariencia, por guardar las formas, por cuidad cada detalle. También hay quienes pasan de esas historias, pero que son excelentes amantes y personas muy leales. No hay que sacar las cosas de quicio. La intensidad de cómo se vive San Valentín no tiene que ser la medida del amor.
Cada uno tenemos una forma de amar y un lenguaje propios. No podemos esperar que todo el mundo los comprenda. Puede que deseemos un San Valentín con flores, una cena romántica y que nuestra pareja advine lo que queremos. Porque si se lo contamos, entonces ya no tendría gracia ¡Vaya fantasía!
Pensamientos irracionales como éste son más frecuentes de lo que imaginamos y generan mucho malestar e inseguridad. Por eso siempre recomendamos que, además de aprender a expresar nuestros deseos y de cómo nos gusta que nos enamoren, hay que saber identificar y valorar las muestras de afecto que nos ofrecen ¿Qué hace él o ella por hacer mi vida más agradable? ¿Qué le gustaría que hiciera yo?
Y si después de San Valentín llegan las odiosas comparaciones —si al charlar con gente conocida te cuenta todas las maravillas que ha hecho y los caros regalos recibidos…—, no hay necesidad de sentirse fuera de lugar ante tanto alarde de romántica publicidad. Que el día de San Valentín no te pase factura.