Saber decir NO
No es negación siempre, en ocasiones rechazo y también ruptura a veces; pero no es también definición de límites, independencia y libertad. Decir no, no es ser egoísta, ni ser desagradecido, ni ser mala persona. Saber decir que no es, por el contrario, ejercer la sinceridad, comprometernos con nosotros mismos y es, sobre todo, renunciar a quedar bien a toda costa. Esa creo que es la clave: hay personas que sienten la necesidad absoluta de quedar bien hasta con el lucero del alba porque precisan de la estimación y el reconocimiento de los demás, porque tienen una autoestima bajo mínimos y tienen que obtenerla de fuera. Pero ¿a qué precio? Cuando dices sí, queriendo en tus adentros lo contrario, te sientes mal y, curiosamente, con frecuencia te sientes utilizado. En el fondo te colocas en un servilismo indigno hacia ti mismo, te percatas de tu debilidad y acabas con la autoestima aún peor. Decir que sí a todo no sólo no cura la autoestima sino que la empeora. Necesitamos el afecto de los demás, pero de poco nos servirá sin nuestro propio afecto.
Ni puedo, ni debo, ni quiero contentar a todo el mundo. Es más, si caigo bien a todos, absolutamente bien a todos, tengo que empezar a preocuparme seriamente. Si carezco por completo, no diré de enemigos pero sí de enemistades, algo grave puede estar pasándome, porque hay personas y posiciones que merecen mi rechazo, mi rechazo absoluto y no con medias tintas. El que a todo dice que no, probablemente padezca de rebeldía oposicionista, que es cosa seria; pero, el que a todo dice que sí, el que no sabe decir que no, padece también de algo: le falta amor a sí mismo.